martes, 13 de mayo de 2008

...Y el Padre Naranjo dejó una estela tras su paso por el 'caosmos' urbano de La Zubia

Anunció la venida del Espíritu Santo y lo hizo con alguna que otra anécdota irónica. Pues no se trata ni de una avenida ni de una calle en el mapa urbano de cualquier ciudad asfaltada y contaminada de nuestro putrefacto presente. Lo hizo en una eucaristía dedicada al día de Pentecostés y oficiando una humilde y bella misa por el alma de su antiguo amigo Ramón Iáñez Peña. Al que deseó una pronta resurrección en los brazos de un Dios católico de Vida.

La llegada a La Zubia de Padre dominico Aurelio Naranjo fue muy bien recibida. Reconforta verle actuar. Derrocha tranquilidad. Se nota en sus maneras campechanas de asumir ciertas actitudes humanas. Sabe entender determinadas debilidades humanas. Las comprende gracias a una actitud contemplativa propia de las comunidades platónicas asumidas por los dominicos. Deberíamos aprender mucho de esas sabias tradiciones. Quizá no nos vendría mal rescatar mejor los valores epicúreos y lucrecianos de los jardines hedonistas de la antigua cultura helénica. Nos iría mucho mejor a todos si aprendiéramos a valorar más y mejor la ataraxía de la ética griega. Y dejáramos como inútiles e inservibles las bizantinas discusiones de la demagogia putocrática de nuestra suciedad asfáltica del malestar.

Aurelio Naranjo nos contó que llegó al internado de la Universidad Laboral de Córdoba después de haber estado algunos años en unas Misiones Apostólicas por las selvas peruanas del Alto Amazonas. Contó algunas anécdotas que rezumaban buenas maneras de narrador, se le notó un gran dominio en el arte oral de saber contar historias. Será inolvidable el día de que un niño indígena le abrió la mano y le mostró una especie de piñones. El Padre no entendió al principio lo que le mostraba. Él creyó que aquello que le ofrecía como una muestra de agradecimiento eran una especie de gomilonas amazónicas. Craso error. Él se tomó una docena con avidez. Uno sólo era suficiente como para purgar de parásitos el intestino de una vaca. Estuvo tres días de interminables vómitos y cagaleras. También nos contó la peculiar manera de preparar la yuca y de atender al mismo tiempo la higiene de los bebés indígenas. Su forma de narrar provocó la hilaridad hasta de los más pequeños de la familia Iáñez en La Zubia.

Lástima que se esté perdiendo el saber escuchar. Los que hemos pasado por la docencia nos percatamos muy bien cómo las aulas escolares se han transmutado en espacios que se podrían calificar de “expenduderías de titulitis”. Hay una necesidad de títulos para que ciertas personas accedan al mercado de trabajo. Y se han arrinconado las irónicas atribuciones que poseía la Academia –así con mayúsculas: desde sus orígenes platónicos– y que con tanto placer e inquina degustaban los sofistas helénicos. La Academia no era un sitio que pudiera ser cómodo ni para los necios ni para los bribones. Ya Platón lo dejó claro desde las palabras que colocó en el frontispicio del maravilloso huerto de Akademos: “Nadie entre aquí que no sepa mantener relaciones”. Hubo otras traducciones –sépase aquello de que “traduttore, tradittore”; y es que traducir siempre conlleva traiciones– que lo de las relaciones lo vertían al sabio proceder de la geometría. Pero nos llevaría muy lejos explicar brevemente lo que la mitología griega entendía por Gaia. Un filólogo tan entusiasmado por los rituales dionisíacos como Nietzsche nos regaló una excelente e impía filosofía bajo el título de La gaia ciencia o El saber alegre. Conocía los temas que en sus obras debatía. O sea: que sabía de lo que hablaba el filólogo de Pforta cuando escribía sobre la filosofía erótica griega.

El Padre Naranjo quiso transmitir alegría. Y cuando vio las ropas negras que vestían los familiares de Ramón con sabia prudencia les aconsejó que no se amortajaran en vida. Y que mezclaran en sus vestimentas colores que transmitieran alegría pues un ser como Ramón no había muerto.

Eso es cierto. Ramón realmente no ha muerto. Quizás sea ahora cuando más presente esté en nuestras vidas. En nuestra sociedad se está reduciendo mucho el verdadero sentido de la eutanasia. Hasta en las Facultades de Filosofía se olvida que los héroes han sido los auténticos modelos de eutánatas. Se han enfrentado a la muerte con valor, con dignidad, sin miedos y contra toda muestra de arrepentimiento. Un ser que se enfrenta a la vida en plenitud de sus fuerzas, que no deja de presentarse a la batalla diaria, que no se esconde ante los problemas es un ser que lucha contra la presencia permanente de la muerte. Un hijo del exilio de las autoritarias dictaduras hispánico católicas dijo hace ya unos siglos que un hombre libre en la muerte es en lo que menos piensa. Y así fue la vida de Ramón: la de un ser alegre que no dejaba energías sin usarlas a diario. Amaba tanto la vida que murió de sobredosis vital. Usaba tanto el corazón que no es nada extraño que se le acabara de romper. No tenía miedo a nada.

Sería interesante discutir, debatir, dialogar sobre esas cosas. Pero en nuestra pésima y analfabeta realidad social el diálogo académico es algo peor que imposible. Se dispara a quemarropa y después si viene al caso es cuando se pregunta. Cuando ya no hay más que muerte y el lenguaje de la tanatocracia nos amarga el paladar con su pestilente hedor a cenizas y azufre. La lucha de clases existe hasta unos extremos espeluznantes, aunque casi todo el mundo pretenda negar desde los postulados autoritarios de un pseudoliberalismo doctrinario de sotana y pandereta hasta la existencia de las clases sociales. Pero no es posible, pues dan cuenta diaria de una atroz desigualdad social en niveles no sólo económicos sino radicalmente estructurales como son los del lenguaje y la propia pragmática de la racionalidad. En cuanto se intenta dialogar a sabiendas de lo que arrastra la semántica ideológica de las palabras el psicologismo más bastardo y rastrero se instala con plena posesión de sus absurdos atributos. No hay un saber respetuoso que nos ayude a comprender a los Otros. Quizá si lo hiciéramos –si, al menos, lo intentáramos– nuestro NOS-otros saldría muy beneficiado con el intercambio.



Miguel Ángel Iáñez Peña

Por las rutas perdidas de la Vega de Granada

12 de mayo de 2008

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