jueves, 8 de mayo de 2008

De cómo el paso de las horas va poniendo los recuerdos en algún sitio de nuestro corazón

Parece increíble como pasa el tiempo. Ya hace una semana que el corazón de mi hermano Ramón dejó de latir. Hoy es jueves 8 de mayo. Pese al dolor el tiempo ha pasado a una velocidad imparable. Todos hemos estado más atareados de lo normal. Quizá por eso tengo una sensación extraña. Sólo cuando me he fijado en los calendarios me he podido percatar de que fue la semana pasada, un día como hoy, cuando la muerte visitó a mi familia de una manera tan brutal. A mi me parece que todo sucedió ayer.

Hoy he vuelto a ver el vídeo que hizo su hijo Javier. Pero ha habido una gran novedad en mi estado de ánimo. Las lágrimas no han brotado de manera imparable en mis ojos. ¿Por qué?, me pregunto. Creo adivinar la respuesta.

Porque mi hermano no era una persona ni triste ni fúnebre. Le encantaba la vida y a todas horas lo mostraba. No hacía de su vida un ejemplo de felicidad canalla como tan sabia como críticamente expone Gustavo Bueno en su poco leído libro El mito de la felicidad contra todos aquellas personas que hacen de su divertido modo de vida una uniforme y brutal copia del american way of death: modo yanqui de engorde del ganado para los mataderos de la vida rápida e insulsa. Mi hermano hizo de la generosidad una actitud ante la vida. Pero este valor no se entendería sin su constante esfuerzo y su manifiesta humildad. Sabía que nadie regala nada pero él ofrecía su humanidad sólo a cambio de una fecunda y constante amistad. Su trabajo le costó conseguir cualquier cosa en su laboriosa vida. No le fue nada fácil. Su vida no le vino dada por los hados del destino. Tuvo que luchar denodadamente contra los prejuicios que con tanta naturalidad abundan en nuestra pícara realidad social.

No tenía palabras altisonantes contra nadie. Su sonrisa, su cómico sentido del humor conseguía desarmar a aquellos que a diario le desafiaban. Una buena puesta en escena le ayudaba a conseguir sus propósitos. Tenía defectos como cualquier otro ser humano. Pero a veces sus debilidades las convertía en fortalezas porque las conocía de un modo muy especial. Quizá por eso algunas de sus prácticas más filantrópicas a mi me provocaban otros análisis de la realidad bastante más desconfiados para la naturaleza histórica de los seres humanos actuales. Quizá una gran parte de mi misantropía proceda de analizar los resultados que sus actos de buena fe o de su credulidad manifiesta y puesta en práctica sin tener en cuenta a la gente ni por distinciones como el sexo, la nacionalidad, la raza o la clase social. Creo que aprendía muchísimo de todo el mundo y no tuvo nunca concepciones cerradas ni dogmáticas en ninguna de las facetas en las que intervino a lo largo de su irrepetible vida. Quizá pueda parecer que ha sido corta, pero él la ha vivido de manera muy cauta, responsable e intensa. Igual mucha gente necesitaría miles de años de existencia para poder conseguir vivir experiencias tan maravillosas como las que él ha ido sembrando de manera tan sencilla y humilde.

Yo trabajé varios años con él en el mundo de las inspecciones industriales. Tuve que dejarlo. Abandoné, entre otras cosas, porque no podía seguirle en su, para mi, intensísimo ritmo de trabajo. Le daba igual levantarse tempranísimo para estar en las fábricas haciendo inspecciones que salir tardísimo de esas mismas instalaciones. Algunas jornadas eran agotadoras e interminables. Él nunca se quejaba. Parecía infatigable. Desde pequeño dio muestras imperturbables de una moral estoica o hasta de una disciplina para el trabajo que se podría calificar de espartana. Claro, por supuesto, que creo que las imprudencias, más tarde o más temprano, se terminan pagando. Pasan su cruel factura. Eso a él le daba lo mismo. No era persona que se amilanara pensando en imposibles o en caídas. Creo que una de sus peores virtudes era su concepto vital del trabajo o su concepción profesional de la vida. En él sería difícil saber qué pesaba más si el trabajo bien hecho o una Idea de Vida profesionalmente bien hecha y realizada. Creo que si en nuestro mediocre país de saltimbanquis hubiera unos cientos de miles de trabajadores –empresarios de la manera más subversiva desde el punto de vista de la Idea marxiana que tan sabiamente desarrollara en el exilio Juan David García Bacca en su librito sobre Humanismo teórico, práctico y positivo en Marx (ediciones del Fondo de Cultura Económica)– como Ramón el Reino borbónico de taifas de esta absurda España se podría transformar prudentemente en una sociedad republicana compuesta por una ciudadanía más justa y responsable. Creo que su memoria personal bien valdría realizar ese esfuerzo. Quizá todos –las féminas, por supuesto, están incluidas en esa generalidad– saldríamos ganando.

Quedarán como imborrables algunas de sus enseñanzas. Para mí, especialmente, la manera de exponerse públicamente a las críticas de los trabajadores en sus impagables cursos de operadores de calderas y de mercancías peligrosas. Al principio se le prejuzgaba más por las formas que por los contenidos. Pero gracias a su constante esfuerzo al final cualquiera se podía percatar de que lo que mejor que se podía hacer era valorar a las personas por sus verdaderos y auténticos actos. Los contenidos de sus actos se podría decir que eran algo así como los fértiles frutos de sus más grandes valores como ser humano trabajador, amable y responsable. Y él los exponía en cualquier momento, en cualquier situación, en cualquier sitio y a cualquier hora. Le daba igual todo eso porque lo importante era hacer de este mundo un lugar más habitable y confortable para todos y sin discriminar a nadie.


Miguel Ángel Iáñez Peña

En algún lugar de la asfaltada y contaminadísima Vega de Granada

8 de mayo de 2008

1 comentario:

Anónimo dijo...

El Yequi

-¿De donde polla’s eres?
Levanté ligeramente la cabeza que reposaba en la almohada y contesté:
-Soy extremeño, de Villanueva de la Serena – le dije levantando un poquito la voz.- ¿Y tú ? – quise saber también.
-De la Zubia. Un pueblo al lado de Graná. -Me dijo también con orgullo que se traslucía en la voz de un acento inconfundible.

La penumbra de la habitación servía de guardiana de nuestros pudores, de nuestra incertidumbre y, sobre todo, de nuestra añoranza. Acababan de apagar la luz, y así, a oscuras, en la soledad de nuestras camas, empezamos a conocernos. Nos aproximamos con el corazón, de manera natural, con esa generosidad de espíritu de los diecisiete años. Enseguida supimos que aquello sería para siempre.
Habíamos llegado ese día a un ambiente extraño, frio, ajeno a las dulzuras de la familia.
Supimos que veníamos del mismo sitio: que nuestra cultura campesina nos igualaba, que nuestros sueños pasaban por la capacidad de nuestro esfuerzo y que la alegría de estar vivos superaba con creces cualquier obstáculo. Todo eso nos hermanaba.
Fué una charla corta, sincera y directa. En realidad, solo para confirmar lo que ya sabíamos: desde ese momento ya no estaríamos solos jamás. Nuestra intuición fue por delante. No hizo falta ni siquiera mirarnos.
Por la mañana la canción de Mari Trini: “ Hombre aprende a luchar….”. Se echó sobre los hombros la toalla, y entonces le vi con claridad. Tenía un pelo negro azabache, brillante y suave, en su rostro resaltaba unas cejas pobladas oscuras que enmarcaban unos ojos vivos, saltarines e inteligentes. Cuando se reía, aparecían unos dientes blanquísimos, separados, que le daban un aire de pícaro inconquistable. Su cuerpo estaba modelado por el esfuerzo y el trabajo del campo: ni un ápice de grasa.

Este era mi amigo: se llamaba Ramón pero después, para nosotros solamente, le pusimos el sobrenombre de “Yequil”. La etimología hace alusión a su carácter indómito, atrevido, juguetón y salvaje. Los largos pasillos de la Laboral son testigos de sus “fechorías”, sus permanentes bromas, sus impredecibles ocurrencias.
Por los montes que rodean a la Laboral, entre encinas, nos pusimos a prueba con carreras al límite, nos confesamos nuestros anhelos y esperanzas, lloramos nuestras tristezas y fuimos compinches en algunas jugarretas. Hablamos de nuestras familias, de nuestros amores soñados, de nuestros sueños.
Conocí a su gente y la hice mia. Así, sin más que saber que llevaban su sangre, sin conocer otra cosa que su amor por ellos y sentí muy dentro el orgullo inmaculado de su estirpe. Y después me miré en el espejo limpio de sus ojos y ví lo mismo en su corazón.
Vino el viaje a Alemania y las privaciones, también las alegrías. Y sentir juntos el chute de la libertad. Y descubrir de la mano la sensación de sentirse vivo, de experimentar unidos el poder del dinero, de amar a una mujer con desmesura. El discurrir de la vida: los hijos, el trabajo, la familia. Siempre cerca.
Todo eso lo hemos vivido, amigo mio.

Sabes que allá donde estés, siempre tienes contigo un trozo de mi corazón. Como lo has tenido siempre desde aquella noche en que nos conocimos, aunque estemos separados. Y cuando nos juntemos, mi alma se sentirá más completa y más plena. Y podré decirte como siempre: ¿Dónde polla´s has estado? Tus ojos brillarán con ese fulgor único y generoso que irradia tu alma de hombre cabal y aparecerá tu sonrisa pícara indestructible, mientras me envuelve el candor de tu corazón en un abrazo eterno.

Juan Ramos Mayo de 2008