viernes, 9 de mayo de 2008

El Yequi

-¿De donde polla’s eres?
Levanté ligeramente la cabeza que reposaba en la almohada y contesté:
-Soy extremeño, de Villanueva de la Serena – le dije levantando un poquito la voz.- ¿Y tú ? – quise saber también.
-De la Zubia. Un pueblo al lado de Graná. -Me dijo también con orgullo que se traslucía en la voz de un acento inconfundible.

La penumbra de la habitación servía de guardiana de nuestros pudores, de nuestra incertidumbre y, sobre todo, de nuestra añoranza. Acababan de apagar la luz, y así, a oscuras, en la soledad de nuestras camas, empezamos a conocernos. Nos aproximamos con el corazón, de manera natural, con esa generosidad de espíritu de los diecisiete años. Enseguida supimos que aquello sería para siempre.
Habíamos llegado ese día a un ambiente extraño, frio, ajeno a las dulzuras de la familia.
Supimos que veníamos del mismo sitio: que nuestra cultura campesina nos igualaba, que nuestros sueños pasaban por la capacidad de nuestro esfuerzo y que la alegría de estar vivos superaba con creces cualquier obstáculo. Todo eso nos hermanaba.
Fué una charla corta, sincera y directa. En realidad, solo para confirmar lo que ya sabíamos: desde ese momento ya no estaríamos solos jamás. Nuestra intuición fue por delante. No hizo falta ni siquiera mirarnos.
Por la mañana la canción de Mari Trini: “ Hombre aprende a luchar….”. Se echó sobre los hombros la toalla, y entonces le vi con claridad. Tenía un pelo negro azabache, brillante y suave, en su rostro resaltaba unas cejas pobladas oscuras que enmarcaban unos ojos vivos, saltarines e inteligentes. Cuando se reía, aparecían unos dientes blanquísimos, separados, que le daban un aire de pícaro inconquistable. Su cuerpo estaba modelado por el esfuerzo y el trabajo del campo: ni un ápice de grasa.

Este era mi amigo: se llamaba Ramón pero después, para nosotros solamente, le pusimos el sobrenombre de “Yequil”. La etimología hace alusión a su carácter indómito, atrevido, juguetón y salvaje. Los largos pasillos de la Laboral son testigos de sus “fechorías”, sus permanentes bromas, sus impredecibles ocurrencias.
Por los montes que rodean a la Laboral, entre encinas, nos pusimos a prueba con carreras al límite, nos confesamos nuestros anhelos y esperanzas, lloramos nuestras tristezas y fuimos compinches en algunas jugarretas. Hablamos de nuestras familias, de nuestros amores soñados, de nuestros sueños.
Conocí a su gente y la hice mia. Así, sin más que saber que llevaban su sangre, sin conocer otra cosa que su amor por ellos y sentí muy dentro el orgullo inmaculado de su estirpe. Y después me miré en el espejo limpio de sus ojos y ví lo mismo en su corazón.
Vino el viaje a Alemania y las privaciones, también las alegrías. Y sentir juntos el chute de la libertad. Y descubrir de la mano la sensación de sentirse vivo, de experimentar unidos el poder del dinero, de amar a una mujer con desmesura. El discurrir de la vida: los hijos, el trabajo, la familia. Siempre cerca.
Todo eso lo hemos vivido, amigo mio.

Sabes que allá donde estés, siempre tienes contigo un trozo de mi corazón. Como lo has tenido siempre desde aquella noche en que nos conocimos, aunque estemos separados. Y cuando nos juntemos, mi alma se sentirá más completa y más plena. Y podré decirte como siempre: ¿Dónde polla´s has estado? Tus ojos brillarán con ese fulgor único y generoso que irradia tu alma de hombre cabal y aparecerá tu sonrisa pícara indestructible, mientras me envuelve el candor de tu corazón en un abrazo eterno.
Juan Ramos Mayo de 2008

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